La alegría es, pues, algo que puede y debe estar en nosotros.
Por Delia Steinberg Guzmán (*)
La Alegría no está en las cosas sino dentro de nosotros Por lo general, esperamos que la vida nos dé cuanto anhelamos, que los problemas se resuelvan solos y que los hechos nos produzcan alegría, la suficiente como para sentirnos felices. Buscamos siempre afuera; afuera queremos encontrar las cosas que nos traigan satisfacción, o al contrario, las cosas a las que echar la culpa de nuestros errores y sufrimientos, y así calificamos las cosas, las personas, los hechos en general, como alegres o tristes, según se adapten o no a nuestro entendimiento y a nuestra manera de ver el mundo.
Sin embargo, lo que a unos les provoca tristeza, a otros les da placer. Preguntemos a quienes nos rodean qué es lo que sienten en un día de lluvia: están los que responderán que les parece maravilloso e inspirador, mientras que otros nos confesarán que la lluvia les pone tristes. La misma prueba podemos realizarla preguntando por una obra musical, por un poema, por una flor o por el cielo nocturno.
Es evidente que la tristeza y la alegría no están en las cosas. Está en nosotros mismos.
La alegría es un estado del alma, o como solemos decir con igual significado, un estado de ánimo. Pero «estado de ánimo» es una expresión mucho más ambigua, que parece referirse a una condición psicológica variable, mientras que «estado del alma», incluye no sólo la psiquis, sino también la mente. Cuando un «estado» abarca estos dos principios humanos –psiquis y mente - se refiere a aquello que nos «anima», precisamente al «alma». El alma es lo que nos da vida interior, y es también lo que nosotros animamos y revitalizamos de continuo, en la medida en que le proporcionamos alimentos adecuados.
Lo nuestro no es esperar que el alma experimente placer o dolor, dejándola librada a unas situaciones que no dependen de nosotros y que solamente podemos soportar pasivamente. Lo nuestro es hacernos dueños del alma, que de todos modos nos pertenece, y propiciar sus estados interiores y sus expresiones exteriores con nuestra voluntad.
Lo nuestro no es esperar que el alma experimente placer o dolor, dejándola librada a unas situaciones que no dependen de nosotros y que solamente podemos soportar pasivamente. Lo nuestro es hacernos dueños del alma, que de todos modos nos pertenece, y propiciar sus estados interiores y sus expresiones exteriores con nuestra voluntad.
La alegría es, pues, algo que puede y debe estar en nosotros. Hace unos cuantos años, el filósofo Jorge Angel Livraga, fundador de NUEVA ACROPOLIS escribía «Debemos ser más alegres». Y es cierto que si tenemos presente la grandeza y las metas de un Ideal, si pensamos en lo mucho que podemos hacer y en las muchas cosas que dependen de nosotros, en la posibilidad que nos ha ofrecido el destino de vivir esta oportunidad histórica, no queda espacio para la tristeza ni para el desaliento.
Cuanta mayor conciencia tomamos de la Vida, del devenir de la Historia, del papel que juega nuestra voluntad para mover pequeñas pero significativas piedras para construir el futuro, la alegría empieza a brillar en el alma como un estado permanente, pues sabemos de dónde venimos, para qué estamos aquí y hacia dónde dirigimos nuestros esfuerzos. Es la alegría de estar vivos, no solamente por el hecho de tener un cuerpo, sino por tener una meta hacia la cual conducir nuestra existencia. Es la alegría de tener grandes ejemplos en los sabios, en encontrar compañeros a nuestro lado compartiendo nuestros sueños y nuestras acciones.
Y aún cuando a veces el dolor oscurece nuestro ánimo, la alegría se abre paso para recordarnos que todo dolor es fruto de la ignorancia, de equivocaciones que pueden corregirse, y otra vez se eleva el sol de la esperanza. Otra vez se abre paso esa maravillosa fuente interior que no sabe de derrotas sino de promesas.
Cultiva la alegría: si tienes un Ideal, tienes quien te guíe, tienes compañeros con los que andar por el sendero, tienes una larga historia pletórica de experiencias a tu disposición, tienes energías para dirigirte hacia el futuro y también para intervenir en su construcción. Y tienes una varita mágica para hacer que todas las cosas se vuelvan alegres a tu alrededor. También la alegría se transmite y tú puedes transmitir ese estado del alma que es propio de los que han sabido sembrarla en sí mismos .
(*) Directora Internacional de Nueva Acrópolis
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