Por: Fernando Tuesta Soldevilla
Nunca olvidaré aquellos domingos de mi niñez en las que iba al estadio para ver, desde las 11 de la mañana, los tripletes del campeonato de fútbol. A esa hora no había casi gente. El choque del balón se escuchaba junto con los gritos de los jugadores haciendo un eco especial, que contrastaba con aquellos dirigentes que se juntaban para comentar, en voz alta, las incidencias del partido. Pasada las 3 y 30 p.m. empezaba el partido de fondo a estadio lleno. Hasta ahora recuerdo la emoción que sentía al ver salir al campo a mi querido Alianza Lima, con Perico y Pitín encabezando el ingreso. Si bien aquella época no era el Edén, no había jugadores impagos, los partidos solo se transmitían por radio y el mercado futbolístico era tan pequeño, que había jugadores que vestían una camiseta en su vida.
Hoy los clubes son de dos categorías. Unos son asociaciones deportivas que se han formado desde el barrio. Son los más antiguos y los de mayor hinchada como Alianza Lima, Universitario de Deportes, Sport Boys o los descendidos Municipal o Ciclista Lima. Están conformadas por un grupo pequeño de socios, que carecen de grandes beneficios y con pago de mensualidades muy bajas. Son básicamente estructuras informales. Los otros, más recientes, son sociedades anónimas. Muchas de ellas, relacionadas con universidades (San Martín, César Vallejo) o empresas (Sporting Cristal, Inti Gas). Su estructura es más formal, pero su convocatoria es menor.
El fútbol peruano traviesa por el peor momento de su historia.
Hoy el fútbol es un espectáculo que mueve millones de dólares en el mundo y sigue siendo el deporte de masas y de pasiones. En nuestro país, es el espectáculo de la informalidad y la vergüenza. Se ha generado una grupo mayoritario de dirigentes impresentables que viven del fútbol y que tuvo en el señor González su máxima expresión.
Ser presidente de Alianza Lima o de Universitario de Deportes convierte al dirigente en una figura pública, que ostenta un apetecible cargo que proporciona estatus y reconocimiento. Tan cierto que luego de ese cuarto de hora de fama, lo aprovechan para dar el salto a un escaño parlamentario o a un sillón municipal.
La informalidad de los clubes se traduce en dobles contratos a jugadores, no pagos de sus remuneraciones, como impuestos y tributos a Sunat y municipios, como seguridad social. De la misma manera, se observa trabajadores que no están en planillas y otros que aparecen, pero no trabajan. Dirigentes que contratan jugadores extranjeros de dudosa calidad, con sueldos exorbitantes. Convenios con firmas auspiciadoras que, con sus adelantos a los clubes, terminan por consumir irresponsablemente los presupuestos. Con malas gestiones, la deuda crece como un espiral, en medio de una vida institucional donde el presidente se arroga todas las decisiones, sin rendir cuentas a nadie, preparando su reelección o la de su grupo, en elecciones internas amañadas con el control de la lista de asociados que solo ellos conocen. En medio de este clima viciado, se multiplican jugadores que saltan de anónimos de barrio a estrellas del césped y la farándula, con sueldos impagables y conductas nada profesionales.
Varios de estos mismos dirigentes son los que medran en la Asociación de Fútbol Profesional (AFP) y, en otro momento, dirigen equipos y federaciones departamentales que han permitido que el señor Manuel Burga se mantenga en la cabeza de una Federación Peruana de Fútbol (FPF), ente rector que produce reglas para que sus presidentes se perpetúen en el poder.
Y es que el fútbol es poder y el poder de quienes lo ostentan hoy, no solo ha sido nocivo para el fútbol, sino que ha ocasionado una enfermedad endémica, de alcances insospechados.
El fútbol ha tocado fondo. El campeonato se debe suspender. Los equipos deudores deben ser intervenidos definitivamente y los socios honestos deben asumir la responsabilidad de exigir cuentas y revocar a los dirigentes corruptos.
Es posible que de esta crisis puedan salir las mejores soluciones, pero no aquellas que nazcan de dirigentes que no ven más allá de su bolsillo. El fútbol debe ser el espacio en que se conjugue el buen negocio con el placer del deporte más apasionante que se ha haya creado. (Tomado de larepublica.pe)
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